CASO ABIERTO

El crimen del bar Europa de Zaragoza: impune por el color de los ojos del asesino

Roberto Corella fue asesinado a los 53 años en el interior de su cafetería de Zaragoza en lo que se pensó un atraco

Roberto Corella fue asesinado en el interior del bar Europa, en el paseo María Agustín de la capital aragonesa.

Roberto Corella fue asesinado en el interior del bar Europa, en el paseo María Agustín de la capital aragonesa. / El Periódico de Aragón

El 13 de enero de 1998 la hostelería zaragozana se enlutó. Un encapuchado al que solo se veían los ojos había matado de un tiro en el pecho a Roberto Corella Berdejo, dueño del bar Europa. No había establecimiento en la ciudad en el que no luciera un crespón negro en el que pedían seguridad. El atraco fue la principal hipótesis de este crimen que quedó sin resolverse, porque el principal sospechoso fue absuelto por un jurado. Su mirada le salvó de pasar el resto de su vida entrerrejas.

El asesinato se produjo poco antes de que Roberto cerrara el popular bar situado en el paseo María Agustín 89, muy cerca del Palacio de La Aljafería. No estaba solo, junto a él estaba una camarera y su esposa y madre de tres niños. De repente, sin mediar palabra, un individuo que vestía cazadora verde, pantalón vaquero y zapatillas negras entró al bar, bajó la persiana hasta la mitad y esgrimió un arma. No abrió la boca, algo extraño en un atraco en el que se suele amedrentar a las víctimas no solo con armas de fuego, sino también con la palabra.

La víctima, un hostelero de los que se califican «de toda la vida», no dudó en hacer frente a quien resultó ser su asesino. Salió raudo y veloz de esa barra de chapa presidida por una bufanda del Real Zaragoza en la que destacaba un cartel en el que se podía leer: Todas las tapas a 75 pesetas, para lanzarle un cenicero de cristal y luego empujarle. Su criminal respondió con un primer disparo que se encasquilló el proyectil de la pistola del calibre nueve largo y otro que se alojó en su pecho. Tras el tiro y sin botín salió corriendo.

¿Quién lo había podido matar si era una persona pacífica que trabajaba «15 horas al día»? La investigación se encauzó hacia uno de los hobbies que tenía la víctima: el juego de las chapas. Iba a la zona de los Pinares de Venecia a apostar dinero con lanzamientos al aire entre «cara y cruz». Un divertimento que en aquella época estaba muy extendido y que aglutinaba a un gran número de zaragozanos. Hasta 100.000 pesetas había en juego.

No fue hasta el mes de abril de ese año cuando se produjo la primera detención. Se trató de Fernando Blanco, quien llegó a sentarse en el banquillo de los acusados en 1999. Su nombre no solo estaba relacionado con el fallecido, con el que había trabajado en la cocina de su bar, sino que en su haber tenía antecedentes por atracos a bancos y por haberse apropiado de 120.000 pesetas de una ronda de chapas. La Policía Nacional creía que estaba en horas bajas y había ido contra el que tenía más a mano y conocía. De hecho, este individuo también frecuentaba la zona de los pinares para jugar a las chapas. Pero no fue el único del que se sospecharon los agentes.

Dos sospechosos, un atracador de bancos y un mendigo

Junto al nombre de Fernando estuvo el de Miguel B., un hombre que vivía de la mendicidad entre Calatayud y Zaragoza. No llegó a ser arrestado, pero si le imputó el juez instructor. Pronto salió de la causa, tras negar los hechos y revisarse que no tenía prendas como las que llevaba el autor.

Quien se mantuvo imputado fue Fernando Blanco. Era el principal sospechoso, especialmente porque las grabaciones de las cámaras de seguridad de un banco cercano al lugar del crimen le filmaron. Fue 18 minutos después del asesinato, mientras paseaba a su perro. Vivía por esa zona, no era tan extraño. Era para los investigadores de entonces una prueba fundamental de que estaba en la zona. De hecho, varios testigos le identificaron antes y después del asesinato.

El análisis de las huellas de la persiana del bar Europa y del arma utilizada, hallada un mes después del asesinato sobre un charco del descampado junto a la Plaza de Toros, tampoco fue concluyente. Una debilidad en las pruebas que obligó al juez instructor, Alejo Cantero, a archivar el caso. Era octubre de 1998 y en noviembre apareció un testigo sorpresa.

Una camarera de un bar de la plaza San Francisco que ese día estaba en el paseo María Agustín señaló sin ningún género de dudas a Fernando Blanco. Respondió así a la llamada que el juez hizo el día que firmó el sobreseimiento y la puesta en libertad del encartado. En el auto dijo: «Siendo la hora que era y el lugar no muy solitario hubo de haber personas que pudieran haberse percatado con más concreción de los hechos. Quizá por temor o comodidad no han participado en esa parcela importante de la ciudadanía de colaborar». Era un claro llamamiento para evitar que el caso quedara sin resolver.

Con la aparición de esta testigo protegido volvió a reabrirse la causa judicial y a tener que volver a prisión provisional el sospechoso. Esta prueba, junto a la grabación le sentó en el banquillo como supuesto autor de un delito de homicidio, otro de tenencia ilícita de armas y un tercero de atraco frustrado. La familia de Roberto Corella solicitó una condena que sumaba los 27 años de cárcel frente a los 16 de la Fiscalía.

"Me fijé porque me dio muy mala espina, es él o tiene un doble"

«Me fijé porque me dio muy mala espina, es él o tiene un doble», declaró esta mujer el día del juicio en la Audiencia Provincial de Zaragoza. Llegó, según relatan las crónicas de la época, con la cara cubierta por un pasamontañas de lana, unas gafas negras y una bata azul hasta los pies. Declaró detrás de un biombo.

Ella lo tenía muy claro. El acusado negó la mayor, destacando su relación con Roberto Corella y que no tenía la necesidad de cometer un atraco porque estaba cobrando un pequeño subsidio por desempleo.

Importante fue la declaración de la camarera que presenció el momento en el que el individuo entró en el bar Europa y mató a su jefe. «Apuntó con la pistola y con un gesto de la mano le pidió el dinero. Solo se le veían los ojos y los tenía verdes». La viuda también se fijó en el color de la mirada y apuntó al verde.

Un detalle que no pasó desapercibido para el jurado popular. De hecho, durante el juicio se analizó cómo eran los ojos del hombre que estaba siendo juzgado. Las seis mujeres y los tres hombres que conformaban el tribunal provincial pudieron escuchar y comprobar que Fernando Blanco los tenía marrones.

Esta circunstancia, unida a la mala calidad del vídeo de la entidad bancaria en el que no se apreciaba ni el color de la ropa por si coincidía con el del asesino, conllevó un veredicto de «no culpabilidad». Dos palabras que mojaron los ojos del abogado defensor, Javier Notivoli, quien no pudo evitar llorar porque era su primer juicio con jurado y había evitado que su cliente acabara en la cárcel. Fernando Blanco, por su parte, ni se inmutó. Solo reaccionó ante las palabras de enhorabuena del penalista zaragozano ya fallecido.