Opinión | EL TRIÁNGULO

Esos cuerdos que nos desgobiernan

Asistimos a una endiablada situación donde todo se programa en un mapa de destrucción de crueles locos a los que la vida ajena les importa nada

León Felipe escribió aquello de «Ya no hay locos, en España ya no hay locos» en una refinada burla sobre la cordura, los cuerdos y su justicia tan deliberadamente injusta. Y si aquellos locos a los que hacía referencia el poeta eran estrafalarios personajes llenos de sueños y de dulcineas, hoy esos locos son también poetas y compositores y cineastas y escritores y pintores y todas esas gentes que buscan hacer bello el día a día cada día más decapitado y lleno de trampas mortales y de tipos cuerdos, al menos así se califican, que nos desgobiernan en un acelerado trampolín hacia el desastre.

Desgraciadamente estamos asistiendo, y no sabemos muy bien qué hacer, a una endiablada situación donde todo se programa en un mapa de destrucción y en el que esos cuerdos que nos desgobiernan en diferentes lugares del mundo son crueles locos a los que la vida ajena les importa realmente nada, porque siempre hay una bandera o un dios que todo lo justifica cuando la única justificación está basada y sellada en intereses comerciales, económicos y territoriales.

«Ya no hay locos, amigos ya no hay locos» y son cada vez más escasos esos maravillosos locos que nos hacen estremecernos con un hermoso verso y, sin embargo, cada día hay más locos de esos que disfrutan con la tiranía de la muerte y seducen a los suyos con relojes donde el tiempo predominante es el que marcan las saetas de sus victorias, que son indudablemente nuestras derrotas, mientras esa mujer enfundada en un traje azul y con un burka sobre su cabello y rostro abraza el cuerpo de un hijo al que no vemos porque una sábana inmaculada cubre su cuerpo herido y ensangrentado. Pero qué puede importar tanto dolor y a quién si ahora esos cuerdos que nos desgobiernan tienen drones con los que atacar sin atacar y lo hacen para demostrar que pueden hacerlo y que son grandes hombres e inmensos estrategas. No sé qué pan comieron esos tipos, ni qué nanas les cantaron sus mamás, si acaso lo hicieron, pero de lo que sí estoy segura es de que necesitamos menos lágrimas en los rostros de los niños y de las mujeres y muchas más en los rostros de esos tipos que se entretienen sembrando el horror y cubren cada cadáver con unas razones llenas de vergüenzas que nos avergüenzan y nos descubren que esos cuerdos que nos desgobiernan son el delirio de tantos despropósitos como nos hemos afanado en construir para destruirnos.

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