Opinión | SALÓN DORADO

Himnos patrióticos

Todo nacionalismo que se precie tiene un himno donde la sangre corre a raudales. La letra de algunos pone los pelos de punta. Alguna recoge episodios históricos, como el oficioso de Escocia, que recuerda la victoria de 1314 en Bannockburn donde los escoceses le dieron una buena al ejército de Eduardo II de Inglaterra: «Que lucharon y murieron por cada pedacito de colina y de valle, resistieron contra el ejército del orgulloso Eduardo y lo devolvieron a casa», cantan los aficionados al rugby en cada partido de su selección, y a ver quién se atreve a ganarles. En Francia no andan a la zaga con La Marsellesa: «Vienen hasta nuestros brazos a degollar a nuestros hijos y a nuestras esposas. ¡A las armas, ciudadanos, formad los batallones, marchad, marchad, que una sangre impura llene los surcos», que no me explico cómo se atrevió Hitler a invadirla. En México tampoco se andan con chiquitas: «¡Guerra, guerra sin tregua al que intente de la patria manchar los blasones!», se compuso en 1934, pero parece salido de la mismísima garganta de Emiliano Zapata, que murió en 1919, al que llamaban «el Atila del sur». Los italianos cantan recordando viejas glorias imperiales: «Estrechémonos en cohorte preparados para la muerte», qué manía tienen algunos en morir por la patria. Los ingleses, súbditos de su graciosa majestad, cantan «Dios salve a la reina», o al rey según se tercie, pidiendo «Que Dios disperse a los enemigos y haga que caigan», porque eso sí, cada nación ruega al dios de turno que proteja a los suyos y fulmine a los enemigos. Esto lo aprendieron de la Biblia y de los ruegos de los hebreros para que Yahvé los ayudara, como hizo en el Mar Rojo ahogando al ejército egipcio, que menudo es el dios de Israel cuando se pone en plan justiciero y vengador.

En estos últimos meses rusos y ucranianos, e israelitas y palestinos, en los últimos días se han sumado los iraníes a la barbarie, andan a la gresca, sumidos en sendas guerras, entre banderas, himnos y arengas más o menos esperpénticas. Así, mientras mueren miles y miles de inocentes, apenas una cifra en el relato de la tragedia, los poderosos del mundo siguen haciendo un negocio fabuloso vendiendo armas a diestro y siniestro, firmando contratos de armamento indecentes, y después fabricando medicamentos y material sanitario para curar a los heridos, y restaurando las infraestructuras destruidas por los bombardeos. Negocio doble, ganancia segura, mientras nos siguen embobando con las mandangas de los sentimentalismos patrioteros.

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