El equipo del español Manuel Porcar ha ganado el premio Ignobel a las investigaciones insólitas por su trabajo acerca del bacterioma de los chicles tirados. El galardón señala a estudios «que hacen reír y luego pensar». Ha recaído en científicos que se preguntaban si la cercanía de los humanos aumentaba la actividad sexual de los avestruces o si los agujeros negros se correspondían con la descripción clásica del infierno. El de Paul Blavatskyy es mi preferido del año: «Obesidad y corrupción en los países postsoviéticos». No se debe desdeñar el premio: André Geim ganó un Ignobel (por la levitación de una rana) y luego un Nobel (por el grafeno).

Hay otros premios humorísticos, como los Razzies a las películas malas, el Golden Fleece al desperdicio de fondos públicos o los Darwin, que reconocen a quienes han contribuido a la evolución humana eliminándose del pool genético por un acto o descuido absurdo que ha conducido a la muerte o la esterilización (malabarismo con granadas de mano, por ejemplo). El Bulwer-Lytton Fiction Contest señala ejemplos de mala escritura novelesca. Denis Dutton también impulsó una competición de mala escritura, una de cuyas galardonadas fue Judith Butler. Se trataba de escritura académica: la competición era feroz. «En esta época la mala escritura es el bastión de la izquierda posestructuralista», señalaba Dutton, antes de mostrar una encomiable preocupación por la diversidad: «Nos gustaría encontrar más gente de derechas que escribiera así de mal». También es célebre el concurso del mal sexo en la ficción, que han ganado Tom Wolfe y Jonathan Littell. El Bookseller/Diagram premia el título más raro. Entre los ganadores están El sadismo oral y la personalidad vegetariana, Cómo cagar en el bosque, Cómo hacer caca en una cita (la excreción parece que es un tema). Se ve el sesgo anglosajón, con su habitual provincianismo.

Pero nuestra cultura tiene menos espíritu deportivo y no hay muchos ejemplos de distinciones así. Uno de mis favoritos es el Premio al Tonto Contemporáneo, que impulsaban en los años ochenta Luis Carandell y Miguel Ángel Aguilar. En Silla de pista de Aguilar detalla el riguroso y desternillante proceso de selección. Entre los galardonados, el presidente de Telefónica y el gobernador del Banco de España. Cuesta imaginar algo así en este momento, por falta de ironía y por exceso de candidatos. Los dos factores pueden estar relacionados.