La empatía es una emoción autoritaria. Está sobrevalorada. Y es tan mentirosa como todo aquello que esconde. Ha degradado una virtud tan amable como la simpatía, que ya no nos parece suficiente. Como ven, empatizo con Sheldon Cooper. En una sociedad emocionalmente visceral, y viceversa, preferimos comprendernos a entendernos. Olvidamos que la comprensión mutua es una consecuencia del razonamiento. Pero funcionamos al revés. Decimos que solo nos entiende quien nos comprende. Error. La conexión de emociones es necesaria. Sin ella no habría amor ni odio.

El problema es que basamos toda nuestra actividad en intercambio emocional. Ya sea comunicarnos o comprar un yogur. El consumo necesita empatía. Las redes sociales son un volcán, en permanente erupción, de lava emocional. Se buscan seguidores, y perseguidores, que conecten. Pero conectar no es comunicar. Las emociones se transmiten con empatía. Sabemos que el conocimiento y la reflexión no pueden viajar más rápido que la emoción.

El principio de la relatividad psicológica dice que la transmisión sináptica nunca alcanzará la velocidad empática (Research Journal Psychological Elucubrations, J. Mendi, 2021) Nos gusta sentirnos comprendidos, pero nos cuesta entendernos. Para lo primero, son los demás quienes deben esforzarse en acercarse a nuestros sentimientos. Pero entendernos con alguien nos obliga a esforzarnos a nosotros. La psicología primitiva funcionaba con empatía. Freud habló de «transferencia» entre psicoterapeuta y paciente como la clave del psicoanálisis. La falta de evidencia científica sobre su método, y sus resultados, han sido demostrados. Sin embargo, todavía sufrimos diversas pseudoterapias, más espirituales que rigurosas, en las que la empatía se utiliza como supuesta sanación. Un paciente puede buscar un amigo en su psicólogo. Pero lo que necesita es un profesional que le ayude en su conducta.

Las elecciones en Madrid nos inundan de análisis y requieren reflexión. Pero ante los problemas irresolubles del pasado debemos preparar las alternativas viables del presente y futuro. Un mal resultado para la izquierda, que al menos mantuvo una estrategia común de acuerdo. Casado tiene un problema. Tras la mudanza de sede, su nueva casa puede estar okupada por Ayuso. Ella ha empatizado con la mayoría de votantes y la izquierda no se ha entendido con los suyos. Al menos conocemos la ruta de las derechas para intentar ganar las próximas elecciones.

El PSOE es y hace izquierda. Ya no limita con el centro desaparecido sino con una derecha crecida. Debe pasar, de la comunicación intermitente con el electorado progresista, a la sintonía estable con un votante que aún está por definir. Este se mueve entre la socialdemocracia del pasado siglo y la izquierda emergente de los nuevos riders de la ideología del siglo XXI. El camino es ir de la empatía a la simpatía. Esto requiere coherencia política, de gestión y territorial. Sánchez nació, y renació, desde una izquierda sólida y consecuente. Sin renunciar a acuerdos más amplios, solo tiene el camino de progreso para avanzar. Lo ocurrido en Madrid es más una indicación que una condena. Ciudadanos decidió cambiar de frecuencia política. Pero es poco creíble que, tras emitir el reguetón de Colón, las ondas naranjas programen música clásica. Con las tripas no se gana. Aunque se puede perder. En política todos los votos son prestados. Todos. También la mayoría conservadora de Vallecas. Los presta cada persona para que se gestione su voz. A veces como castigo a otros o como protesta. Si queremos entendernos con inquilinos de izquierda, ofrezcamos un hogar amable diseñado para esas personas.

Otros pintarán su casa más morada, más roja o más verde. Pero vivirán y votarán por la izquierda si nos relacionamos y simpatizan con una propuesta lógica y razonada. No es un problema de empatía y comprensión. Sino de búsqueda de soluciones para ellos y no contra los demás, por muy malos que sean el resto. Ni voto del miedo, ni voto del medio.

La simpatía entre Biden y Sánchez, para liberar las patentes de las vacunas, es pura izquierda solidaria que rejuvenece. Hace que generaciones distintas no sean distantes.

Hoy termina el estado de alarma. Llevo un poco de lío. No sé si esta noche seré Ceniciento canario. Me voy a casa a las 23 h., pero una hora más tarde puedo salir. Este verano nos preocupa más que, entre la marca del bañador, el bikini y la mascarilla, parezcamos un código de barras y tras la suspensión de fiestas, un código de birras.