Más de tres décadas después, el monasterio viejo de San Juan de la Peña ha vuelto a recuperar unas visitas guiadas que pretenden mostrar al turista los renglones de una historia escrita hace mil años en piedra, la de los orígenes de Aragón.

El consejero de Vertebración del Territorio del Gobierno aragonés, José Luis Soro, fue ayer el primero en disfrutar de un itinerario guiado a través de pasillos, galerías y bóvedas suspendidas en un tiempo protagonizado por monjes y guerreros, en el entorno de un bosque de leyenda en el que merodeaban lobos y osos.

Pasillos y galerías que conducen al primero de los panteones reales de Aragón y al impresionante claustro del monasterio, guarecido bajo la gigantesca peña que lo protege y que, en la oscuridad del medievo, lo situaba a resguardo de la mirada de extraños y de potenciales enemigos.

En los primitivos orígenes del monasterio se funden la leyenda de un noble que en los albores del siglo VIII, en plena dominación árabe, salvó la vida milagrosamente en el paraje de San Juan de la Peña, y documentos históricos que sitúan el inicio de la construcción del cenobio en el año 1026.

Reconquista

Los investigadores no descartan, sin embargo, que este paraje albergara cien años antes un eremitorio que daría refugio a guerreros cristianos durante los tiempos de la Reconquista.

Un entorno de leyenda al que Miguel de Unamuno describió como «la boca de un mundo de peñascos espirituales revestidos de un bosque de leyenda, en el que los monjes benedictinos, medio ermitaños, medio guerreros, verían pasar el invierno».

Lo cierto es, y así lo muestran los testimonios de los cronistas de la época, que fue Sancho Garcés, rey de Pamplona, quien favoreció en 1026 el inicio de la construcción del monasterio, y que su nieto, Sancho Ramírez, cedió en 1071 el conjunto a los monjes benedictinos de Cluny.

Estos monjes impulsaron la construcción del emblemático claustro del monasterio, decorado con capiteles salpicados de animales fantásticos y motivos geométricos y vegetales, propios de la imaginería del románico.

Con el tiempo, bajo la protección de Sancho Ramírez, el monasterio viejo de San Juan de la Peña albergó el primer panteón de los primeros reyes de Aragón y de algunos monarcas navarros, un lugar que en las postrimerías del siglo XVIII fue reformado por Carlos III al gusto neoclásico.

Los historiadores cuentan que durante el siglo XIII, el cenobio se vio abocado a un lento proceso de decadencia favorecido por el avance cristiano hacia el sur y el desplazamiento del primer foco de influencia político aragonés desde el Pirineo hacia el valle del Ebro.

Esto, posiblemente, fue el motivo de que los monjes de San Juan de la Peña, de acuerdo con la leyenda española sobre el Santo Grial y ante la necesidad de atraer peregrinos al cenobio para favorecer su revitalización, solicitaran albergar la supuesta reliquia, actualmente en la Catedral de Valencia.

En 1675, un devastador incendio motivó la construcción de un nuevo monasterio de estilo barroco en una pradera cercana, actualmente restaurado y convertido hospedería, centro de interpretación de la historia de la zona y museo.